COLOMBIA-Brujas, perras y narcoparamilitares
Raúl Zibechi
COLOMBIA ZIBECHI
Colombia
Brujas,
perras y
narcoparamilitares
Raúl Zibechi
La Jornada,
7-7-2017
http://www.jornada.unam.mx/
"Muerte a las perras", se titula el
panfleto distribuido por las Águilas Negras en el correo
electrónico de una
organización social de Bogotá. En este caso, la banda
paramilitar amenaza a
defensoras de derechos humanos (todas mujeres) y muestra un lenguaje y
estilo
que desnuda el carácter violento y machista del grupo armado.
«Malditas perras sapas del gobierno
gonorreas las
bamos a matar por sapas y por andar de metidas donde no deben sapas hp
luchando
por los derechos de la mujer que mierda son si lo unico que son es
sirvientas
de nosotros aver si se van a hacer oficio de la casa malparidas»,
reza
textualmente el volante reproducido parcialmente por la página pacifista.co (goo.gl/hoL4Hy).
La amenaza va dirigida a las integrantes de
la Mesa
Nacional de Víctimas: «Van a caer con sus familias y a
estos hp malparidos por
estar apoyandolas los bamos a matar por metiches y no ser fieles a la
causa».
Una de las amenazadas dijo a los medios:
«El
gobierno no ha hecho nada para protegerme. Todos los días matan
a líderes
sociales en el país y a ellos parece no importarles porque no
hacen nada. Hago
responsable al Estado por lo que me pase a mí, a mi familia y a
mis
compañeras». Este es el punto central.
Águilas Negras proviene de las
Autodefensas Unidas
de Colombia (AUC), supuestamente desmovilizadas, y su accionar se ha
destacado
en departamentos conflictivos como el Cauca, donde ha amenazado y
asesinado a
dirigentes indígenas. También en las regiones de
población negra y en Ciudad
Bolívar, la periferia sur de Bogotá.
En 2016 fueron asesinados 94 defensores de
derechos
humanos y líderes sociales, la cifra más alta desde que
comenzó el proceso de
paz. Las víctimas son en su inmensa mayoría militantes
ligados a Marcha
Patriótica, al Congreso de los Pueblos y a diversos movimientos
populares.
Este tipo de violencia es bien diferente de
la que
afectó en la década de 1980 a la Unión
Patriótica. En aquellos años fueron
asesinados más de 2 mil militantes, incluyendo alcaldes,
concejales, diputados,
senadores y candidatos a la presidencia, por una alianza de
paramilitares y
narcotraficantes que arrasaron con la izquierda electoral vinculada al
Partido
Comunista y las FARC.
Parece necesario detenerse en las principales
características de esta violencia sistemática contra los
sectores populares
organizados, ya que no se registra sólo en Colombia sino que se
ha convertido
en un modo de regular las relaciones sociales en todo el continente,
con especial
desarrollo en México y Guatemala. En este punto, debemos
recordar el papel del
general Óscar Naranjo, actual vicepresidente de Colombia, en la
«exportación»
de la «narcodemocracia» a México, como ha consignado
Carlos Fazio (goo.gl/vT7Xt).
La primera cuestión es que se trata de
una violencia
difusa, sin centro dirigente aparente, lo que hace difícil
identificar a sus
autores al punto que las autoridades niegan la existencia de las
Águilas
Negras. La dirección de Inteligencia de la Policía de
Colombia asegura que la
organización ya no existe, lo que puede ser cierto si pensamos
en un aparato
estructurado con mando centrales.
Un informe de la BBC sobre las Águilas
Negras,
sostiene que es «una razón social que utilizan varios
grupos» y pone un
ejemplo: «En el Cauca, a raíz de un conflicto interno en
una universidad, un
grupo de gente decidió sacar un panfleto firmado Águilas
Negras contra unos
profesores» (goo.gl/0gGOQw). Este es el punto: una
maquinaria narcoparamilitar desterritorializada, convertida en cultura
política
de control de las relaciones sociales a cielo abierto.
La segunda es que estamos ante una forma
brutal de
regular las relaciones entre personas y, de modo muy particular, de
enfrentar a
los movimientos sociales. El excelente informe «Mujeres y guerra:
víctimas y
resistentes en el Caribe colombiano», del Centro Nacional de
Memoria Histórica
(2014), destaca que las masacres son el límite más brutal
de la violencia
paramilitar. A partir de ellas, consiguieron imponer un nuevo orden
social.
“A través del uso del lenguaje, la
regulación del
cuerpo, el espacio y las prácticas sociales, estos actores
lograron imponer sus
ideas de orden, ‘buen’ comportamiento y disciplina”
(p. 37). De ese modo,
establecieron un orden patriarcal, racista, capaz de regular los
mínimos
intersticios de la vida cotidiana. Las mujeres relegadas a sus casas,
los
negros y homosexuales sistemáticamente humillados, y «los
hombres debían
comportarse de forma viril y ceñirse a un modelo de hombre
guerrero y militar»
(p. 38).
La tercera se relaciona con la continuidad de
este
modelo de control una vez finalizada la guerra. En las regiones
dominadas por
los paramilitares, la guerra continúa pero con otros actores,
como las
pandillas que actúan sobre el legado de miedo dejado por la
violencia, usando
métodos muy similares.
Por eso debemos hablar de una maquinaria, un
nuevo
modo de control de la población como lo fue el panóptico,
que con el tiempo se
ha convertido en el sentido común para organizar los espacios de
encierro y
funciona «naturalmente», sin que un mando central deba
promoverlo o
planificarlo.
Por último, debe entenderse que
estamos ante una
violencia sistémica, no coyuntural. Los feminicidios y el narco
son los modos
de control de los de abajo en la zona del no-ser; el modo de tener
controlados
a indios, negros y mestizos. No depende, por tanto, de la actitud
«progresista»
de las autoridades o de la «benevolencia» de los varones.
Es como la plusvalía:
funciona aunque el patrón pague salarios «justos»,
porque la explotación del
trabajo asalariado es inherente al capitalismo.
Por brutal que sea, la violencia nunca es el
objetivo final, sino el medio para construir un orden social
jerárquico,
patriarcal, capitalista. Es el genocidio que el sistema necesita para
imponer
la «cuarta guerra mundial» contra los pueblos y la vida.
Esto es lo que no
podemos perder de vista en la imprescindible denuncia sobre las
violaciones de
los derechos humanos.